“Lo que comemos no solo construye nuestro cuerpo, sino que también moldea nuestra salud mental” afirma la psicóloga española Laura Requena. Ello porque cada vez más, la evidencia muestra cómo una dieta saludable contribuye con la prevención y el manejo de algunos trastornos mentales.
Una de las caras más evidentes es la desnutrición crónica y cómo esta afecta el funcionamiento del cerebro. Una problemática que atraviesa casi a la mitad de la niñez en Guatemala en donde no solo se afecta el crecimiento físico de los menores, sino también sus capacidades cognitivas, emocionales y sociales. En los adultos mayores, diversos estudios han demostrado cómo la desnutrición se asocia con cuadros de depresión y ansiedad.
Pero no solo la carencia de alimentos altera la salud mental, también los alimentos que provocan inflamación crónica en el organismo, y como consecuencia, cuadros depresivos, de acuerdo con investigaciones preliminares recientes. “Nuestro organismo ingiere un 30% más de alimentos proinflamatorios que hace unos años”, asegura la psiquiatra Marian Rojas Estapé. Algunos productos que activan esta inflamación son el alcohol – dosis altas-, grasas saturadas, bebidas azucaradas y harinas refinadas, especialmente panadería industrial, explica la experta.
Los ultraprocesados
Un artículo publicado en la revista National Geographic (2024) cita una serie de estudios que determinan cómo los alimentos ultraprocesados dañan el cuerpo y el cerebro. Por ejemplo, el “riesgo de demencia aumentaba un 25% por cada aumento del 10% en el consumo de ultraprocesados”, aunque se desconoce la causa directa, de acuerdo con la investigadora Melissa Lane, en su publicación de la revista Nutrients.
“Sabemos que el consumo excesivo de sal, azúcar y grasas saturadas está relacionado con procesos inflamatorios que contribuyen al desarrollo de hipertensión arterial, diabetes tipo 2, y enfermedades del corazón; sin embargo, todo esto también afecta el cerebro aumentando el riesgo de demencia vascular”, comenta Lane. Además, las dietas hipercalóricas pueden provocar obesidad, la cual también se relaciona con la depresión. Otro problema colateral es que los ultraprocesados también pueden ser adictivos, añade la profesora de psicología Ashley Gearhardt, de la Universidad de Michigan, en el artículo citado.
Por su parte, la nutricionista Ivonne García, directora de la coalición Guatemala Saludable, destaca la importancia del vínculo entre bienestar mental y alimentación sana. Por ello resalta el efecto nocivo y adictivo del consumo de azúcar, ampliamente descrito y que debe ser abordado con banderas rojas, al mismo nivel que el tabaco.
Microbiota intestinal
En el campo de la neurociencia, los científicos han abordado la relación entre el sistema digestivo y nervioso y su relación con la salud mental.
“La microbiota posee un papel fundamental en la regulación de la permeabilidad intestinal y el componente inflamatorio de la depresión”, explica Rojas. Uno de estos sustentos se encuentra en la publicación de varios científicos de PubMed.
Una de las soluciones es regresar a los alimentos antiinflamatorios ricos en Omega 3, como los pescados, los nutrientes como el magnesio, los cítricos, elevar los niveles de vitamina D y los probióticos.
Parte de las recomendaciones reside en incorporar una dieta que contenga variedad de frutas y verduras, proteínas magras y grasas saludables como el aguacate y el aceite de oliva, de acuerdo con Requena. En esa línea, la evidencia científica ha demostrado que la dieta mediterránea está asociada con un menor riesgo de sufrir depresión.
Fuente. Guatemala Saludable