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El atentado contra el expresidente Trump marca otro capítulo en la polarización política de esta nación
Con poco más de 13,000 habitantes, la pequeña ciudad de Butler, Pensilvania, pasó a la historia de Estados Unidos, el pasado 13 de julio, por protagonizar el último de una larga lista de asesinatos o intentos de asesinatos contra presidentes o candidatos a ocupar la silla presidencial en la Casa Blanca.
El intento de magnicidio contra el presidente N.º 45 de Estados Unidos, Donald Trump, dejó a dos personas muertas (entre ellas el francotirador) y dos en estado crítico, en medio de un escenario de polarización política que ha llegado a niveles sorprendentes. Un 57% de estadounidenses que considera que el país está “muy dividido” en la actualidad, lo que, a juicio del 67% de la población, hace que sea “más probable” que se den escenarios de violencia política (datos de YouGov, publicados el 14 de julio).
El incidente que aconteció en un pequeño rincón de la frontera con el medio oeste, revivió los fantasmas de una nación cuyo primer atentado contra un mandatario se dio en 1835, cuando un hombre llamado Richard Lawrence buscó acabar con la vida del entonces líder de la nación, Andrew Jackson.
Lawrence le apuntó al corazón a Jackson, con dos pistolas de un tiro cada una, pero la pólvora no logró encenderse, haciendo posible que el gobernante se salvara la vida.
Un caso muy conocido fue el de Abraham Lincoln, en 1865, quien fue asesinado por la espalda a quema ropa por el actor John Wilkes Booth, mientras disfrutaba de una obra en el teatro Ford de Washington, D. C., en medio de una conspiración por acabar con el gobierno del norte.
Quien pudo disfrutar menos del poder fue el vigésimo presidente de EE. UU., James Garfield, el cual solo estuvo 200 días en el cargo, tras su elección en 1880, luego de que un abogado resentido le disparó en una estación de ferrocarril de Washington, por habérsele negado un puesto consular.
Garfield estuvo dos semanas siendo atendido en la Casa Blanca por expertos de la salud, hasta que murió por una infección y una hemorragia interna.
Entrando al nuevo siglo, el gobernante William Mckinley, quien había concretado su reelección, pereció en 1901, cuando un anarquista acabó con su vida, con dos disparos, en medio de una recepción en la Exposición Panamericana de Buffalo. Murió ocho días después de eso, por las secuelas que le produjeron los impactos de bala.
Quizá el episodio que más similitudes tiene con el de Trump fue el del presidente Theodore Roosevelt, el 14 de octubre de 1912, cuando el contrincante electoral del líder republicado, John Flammang Schrank, le asestó un proyectil con un revólver Colt 38, a corta distancia, que no fue mortal.
Roosevelt, viendo que no estaba muy afectado en por el acontecimiento, evito que la multitud atacara a Schrank, dio un discurso de una hora con la herida y luego, frente a una sorprendida audiencia en el Auditorio de Milwaukee, dijo, con calma. “No sé si entienden completamente que acabo de recibir un disparo, pero se necesita más que eso para matar a un alce toro”.
Parece ser que los intentos de magnicidio son cosa de familia, porque Franklin D. Roosevelt, también pasó por uno en 1933 y saliendo ileso. Un albañil desempleado, de nombre Guiseppe Zangara, detonó cinco balas a corta distancia, en medio de un mitin del entonces presidente electo, efectuado en el Bay Front Park de Miami.
En 1950, el mandatario Harry Truman pasó por un atentando, cuando Oscar Collazo y Griselio Torresola intentaron atacar al presidente Truman, que entonces residía en Blair House, frente a la Casa Blanca. La acción dejó a un policía muerto y otros dos heridos, pero no repercutió en la salud de Truman.
Del asesinato de John F. Kennedy, en 1963, se han escrito un sinnúmero de teorías, pero lo que se sabe es que, el 22 de noviembre Kennedy recibió dos disparos, uno de los cuales impactó en su cabeza, mientras circulaba por Dallas, en el auto presidencial. Las investigaciones concluyeron que el perpetrador del crimen fue Lee Harvey Oswald, pero todavía existen muchas teorías conspirativas sobre el tema.
Al gobernador de Alabama y candidato demócrata a la presidencia, George Wallace, no le fue fácil reponerse del incidente que le condenó a una silla de ruedas, luego de que, el 15 de mayo de 1972, Arthur Bremer lo impactó con dos balas en el abdomen que lo dejaron paralizado, luego de que una de estas se alojase en su médula espinal.
La vida del presidente Gerald Ford estuvo en peligro en 1975, cuando, en menos de un mes, pasó por dos atentados. Uno el 5 de septiembre, producto de una seguidora de la secta de Charles Manson, llamada Lynette Fromme, quien intentó dispararle mientras caminaba en un parque de Sacramento, California. Otro el 22 de septiembre, cuando Sara Jane Moore, activista de grupos de izquierda radical, le disparó cuando salía de un hotel en San Francisco.
Otro caso muy conocido fue el Ronald Reagan, en 1981, cuando John Hinckley Jr. detonó una bala calibre 22 contra el líder Republicano y su equipo de seguridad. Aunque, en un inicio, el presidente pareció librase del proyectil, una bala rebotó en la puerta de la limusina y lo alcanzó debajo de la axila izquierda. Estuvo 12 días en el hospital, pero puedo retornar a sus labores en la Casa Blanca.
A Barack Obama también buscaron matarlo. En 2011, Óscar Ortega Hernández, abrió fuego desde la ventanilla de su auto con una pistola semiautomática, cuando pasaba frente a la casa presidencial. Lo bueno es que, en ese momento Obama se encontraba en San Diego California, muy lejos de Washington, D. C.